Si, como apuntan los historiadores, el porno nació al mismo tiempo que el cine, cuando la invención del cinematógrafo propició la filmación de escenas escabrosas, se puede afirmar que el porno valenciano también está unido a los comienzos del cinematógrafo en Valencia. No existen datos que lo corroboren, pero es bastante probable que, en el equipo técnico y artístico del más de medio centenar de cortometrajes pornográficos que realizaron los hermanos Baños en la primera mitad de la década de los veinte del siglo pasado, por encargo del Conde de Romanones, hubiera presencia valenciana.
Lo que sí que es cierto es que el mérito de que tres de esas películas hayan llegado hasta nosotros es de varios valencianos. Del coleccionista privado que las conservó durante años, desafiando la represión franquista, en un pueblo de la Comunidad Valenciana. De los responsables de la Filmoteca Valenciana, que descubrieron los filmes en 1991. Y de sus técnicos, que se encargaron de restaurarlas hasta su presentación oficial, cuatro años después.
Las tres películas porno encargadas por el rey Alfonso XIII a los hermanos Baños que han llegado a nuestros días también gozarían de una difusión popular gracias a la iniciativa de una empresa valenciana: la distribuidora de Almassora Negro y Azul, quien compró los derechos de los tres filmes y los editó en DVD en 1997.
En todo caso, existen testimonios de que la pornografía estaba presente en algunos ámbitos de la vida valenciana de primeros del siglo XX. Al comienzo de la Avenida del Puerto, en un viejo caserón que había delante de donde se ubicaban los Cines Aragón, existía un famoso burdel frecuentado por gente de la burguesía valenciana de la época. En dicha casa de citas, los clientes hacían más amena la espera de su meretriz favorita contemplando cortometrajes porno que se proyectaban gracias a un proyector Pathé, una tecnología que puso al alcance de las clases adineradas el cine. Este curioso calentamiento era una práctica común en las casas de lenocinio más distinguidas de toda España.
La Guerra Civil y la dictadura que surgió de la contienda endurecieron notablemente las costumbres licenciosas en público de los valencianos, que hubieron de conformarse, durante décadas, con asistir a los teatros de variedades, como el Eslava, donde las vedettes de mediados del siglo pasado enseñaban algo de carne. No sería hasta la década de los 70 cuando daneses y alemanes comenzaron a rodar, de forma clandestina, algunas escenas porno de temática playera en las costas alicantinas. Aunque la producción no alcanzó nunca el volumen de negocio de lo que se rodaba en la Costa del Sol o en Ibiza, Alicante y sus playas tienen una pequeña cuota de protagonismo en la prehistoria del porno en nuestro país.